Ceremonia de investidura del cardenal Pedro de Quevedo y Quintano (1816)
Ruiz Jiménez,
Juan
Real Academia de Bellas Artes de Granada
0000-0001-8347-0988
Resumen
Pedro de Quevedo y Quintano, obispo de Orense, fue nombrado cardenal en 1816. La ceremonia de investidura tuvo lugar en esa ciudad y en ella se difuminan los límites de la fiesta religiosa y profana, convirtiéndose en un evento circunstancial más para el entretenimiento de la ciudadanía y del cual el cronista nos proporciona numerosos detalles sensoriales y del impacto emocional que causó entre sus principales actores y espectadores.
Palabras clave
luminarias , fuegos artificiales , música en las calles y plazas , música militar , concierto sacro , música en torres y balcones , procesión , tañido de campanas , dispositivos pirotécnicos , bullicio en la calle , misa , himno , Te deum laudamus (himno) , ceremonia de investidura de un cardenal , tañer órgano , Pedro de Quevedo y Quintano (obispo, cardenal) , cabildo de la catedral , cabildo de la ciudad , caja , atambores / tambores , pífano , tañedor de chirimía , bajonista , seises , niños , capilla musical de la catedral , gaitero , Joaquín Pedrosa (organista, compositor) , Manuel Rábago (maestro de capilla, compositor)
Pedro de Quevedo y Quintano fue nombrado obispo de Orense en 1776. El 8 de marzo de 1816, el papa Pío VII lo nombró cardenal. La noticia oficial de este nombramiento llegó a Orense el 16 de octubre. Esa misma tarde, pasó por el palacio episcopal: “el cabildo entero, en hábito coral, con los ministros, músicos, pompa y acompañamiento que acostumbra en los más señalados días, cuando el prelado celebra de pontifical”. El obispo los recibió “vestido de ceremonia” y platicó con ellos. De vuelta el cabildo a su iglesia, cantó en el coro una conmemoración a su patrono San Martín, en acción de gracias, y acordó una misa solemne con Te Deum laudamus para el día 19, festividad de San Pedro Alcántara, a la que no pudo acudir el obispo por encontrarse enfermo. Desde la salida hasta el regreso del cabildo a la catedral hubo repique de todas las campanas de su torre campanario.
El 7 de noviembre, llegaron a Orense el caballero Luis de los Príncipes de Espada, guardia noble del papa que procedente de Roma, vía Madrid, portaba “la birreta, solideo, breves y demás pliegos de estilo” y Luis Folgueras y Sión, deán de la catedral de Orense, nombrado camarero secreto de S.S. y su ablegado para la ceremonia de investidura del nuevo cardenal.
Para la organización de las fiestas de la investidura, fueron comisionados los canónigos Pablo Grandona y Pedro Telomo Hernández y se dispuso que todos los gastos dimanaran de la Mesa capitular y no de la Fábrica catedralicia. Esta fiestas contaron con los habituales elementos de otros festejos sacros y profanos: “Iluminaciones, vistosas perspectivas, jeroglíficos y emblemas, fuegos artificiales, conciertos de música sacra y militar y otros espectáculos para alegrar los vecinos de la ciudad y los muchos forasteros en todas las noches de estas fiestas”. Se dividieron en dos fases, la primera, de la que doy cuenta en este evento, duró dos días y fue la propiamente dedicada a a la investidura del cardenal; la segunda se prolongó durante tres días y consistió en distintas funciones por el Papa, el Cardenal y el Rey, de las cuales daré cuenta en un segundo evento, siendo ambos complementarios.
El día 18 de noviembre, octava de San Martín, patrón de la ciudad y del obispado orensano, tras la lectura de las bulas del nombramiento, el obispo hizo el juramento en su oratorio, “en ayunas”, estando a su lado el ablegado pontificio, miembros del cabildo y “varias personas de distinción”. Concluido el juramento, se anunció al público, desplegando en la torre de la catedral una bandera de damasco carmesí, al igual que se hacía en la catedral de Toledo, al que se sumó un repique general de campanas, “con cuyo ruido se mezcló el de cajas y tambores del regimiento provincial de Orense, colocados en lo alto de la catedral, y el de muchas docenas de cohetes que se estuvieron disparando cerca de dos horas sin interrupción”. La bandera ondeó durante cinco días, repitiéndose todas las noches el repique general de campanas.
Simultáneamente a los actos festivos que tuvieron lugar durante esos cinco días, se hicieron diversas obras caritativas –“de misericordia”–, entre ellas, la de la dote de seis de las huérfanas del colegio que había fundado el obispo, elegidas por sorteo. Terminado el sorteo, las cincuenta y seis huérfanas gritaron al unísono “gracias al Ilmo. Cabildo, y viva su Eminencia nuestro padre”.
El día 19 de noviembre, tuvo lugar la investidura del cardenal, a la que concurrieron “forasteros de la diócesis y de toda Galicia y fronteras de Castilla y Portugal”. Entre las obras de caridad de ese día, se dieron medias y zapatos a los seises del coro. Se hace una descripción del coro y de la belleza de su sillería, pero se critica la posición que impide la visión del altar y del reducido número de personas: “que podían satisfacer su curiosidad en tanta concurrencia, aunque se lleno de gentes la galería de la coronación del coro, y muchos subieron a la bóvedas para mirar por las claraboyas del cimborrio”.
La capilla mayor y las columnas anteriores se habían decorado con colgaduras de damasco carmesí y se había cubierto el suelo con una rica alfombra. En el lado de la epístola, se dispuso “un trono, con dosel, silla, reclinatorio con almohadón delante para el cardenal” y, en otros lugares, los asientos para los asistentes destacados, el ayuntamiento de la ciudad y otras corporaciones cívicas y religiosas. Se describen con toda precisión los ornamentos litúrgicos y el vestuario propio de la dignidad cardenalicia que se apunta se usaba desde el tiempo del papa Bonifacio VIII.
Concluidas las horas canónicas en el coro, a las nueve y media, se hizo una señal en la torre de la catedral con repique general de campanas, al que respondieron las de las parroquias y conventos de la ciudad:
“Salió el cabildo precedido de sus ministros, pincernas, bajones y chirimías, rompiendo la marcha una banda de tambores y pífanos del [regimiento] provincial de Orense”.
Desde la catedral, fueron por la plaza del Trigo a entrar en el palacio por la puerta contigua a la sacristía de la iglesia de Santa María Madre: “un gentío inmenso ocupaba los patios y escaleras”. Una vez que la comitiva recogió al obispo y a su séquito, fueron por la plaza mayor hasta la catedral. Durante este recorrido, los seises del coro y los seis niños de las escuelas de primeras letras agraciados con los vestidos donados por el obispo cantaron el extenso Himno gratulatorio, en castellano, “No estarán oscuros”, compuesto expresamente para la ocasión. Mientras que la comitiva entraba en la iglesia, “tocaban los órganos con el mejor concierto, y al llegar su Em. al atrio cantó la música un alegro y rondó con esta letra: “Acércate, llega, / cardenal amado / …”.
Colocados cada uno en el sitio que les correspondía y con el aparato dispuesto por el maestro de ceremonia, se canto la misa votiva de la Santísima Trinidad por la capilla de música con la mayor solemnidad. En el momento de la consagración, “dieron las cajas el toque de ordenanza”, el obispo cardenal dio la bendición final y, vuelto al trono, la capilla cantó la letra “Tu madre qual Ana / …”.
La ceremonia de lectura del breve papal y la imposición de la birreta y el solideo tuvo lugar en la sacristía:
“En este intermedio cantó la capilla las siguientes letrillas:
1ª. Ha llegado el dichoso momento /…
2ª. Tus virtudes ensalza y bendice /…
3ª. Jamás vieron en Roma los muros / …
4ª. La elocuencia de Atenas y Roma /…
Cuando terminaron de cantar, ya había regresado el purpurado a la capilla mayor con todo el séquito. Se descubrió el Santísimo Sacramento y el preste comenzó a entonar el Te Deum laudamus que continuó la música “con la mayor devoción y gravedad”. Con las últimas bendiciones y las indulgencias concedidas a los que habían acudido a la ceremonia, se cantó la letra: “Por ocho y más lustros /…”
A la salida, volvieron a repetirse el estruendo de cajas militares, chirimías, bajones, campanas y cohetes tanto de la catedral como desde varias casas particulares. Las casas del recorrido y de la plaza mayor se habían engalanado para la ocasión:
“A la una llegó a palacio toda la comitiva, y a la puerta se arrodillaron entre otros muchos los cuatro gaiteros destinados con los tamborileros adyacentes a dar continua vuelta al pueblo por diferentes puntos estos días, tocando el instrumento del país, lo que ejecutaron maravillosamente, no dejando dormir un momento la alegría”.
Ya en el palacio del obispo, el cardenal despidió a los miembros del cabildo con un besamanos. Durante estos días: “estuvo su mesa franca para el clero y personas de calidad y esta tarde dio un refresco general delicado, abundante y bien servido, y antes y después un concierto de música”.
Como acabamos de ver, en esta ceremonia de investidura de un cardenal se difuminan los límites de la fiesta religiosa y profana, convirtiéndose en un evento circunstancial más para el entretenimiento de la ciudadanía y del cual el cronista nos proporciona numerosos detalles sensoriales y del impacto emocional que causó entre sus principales actores y espectadores.
El cronista nos desvela su nombre, a los autores de las composiciones musicales cantadas en castellano y de los textos colocados en la arquitectura efímera:
“La música de las letrillas que se cantaron durante la investidura privada del 19 y en las noches de iluminación fue composición del maestro de capilla [recién nombrado] Manuel Rábago. La del himno gratulatorio que se cantaba por los niños acompañando a su Em. y los alegros y rondó de las letrillas para el recibimiento, investidura pública y despedida lo fue del organista principal don Joaquín Pedrosa. Las poesías, inscripciones, cartas latinas y la presente narrativa lo son del canónigo cardenal D. Juan Manuel Bedoya, de la real academia de la Historia”.