Músicos en la casa de El Greco
Resumen
Según una referencia de Jusepe Martínez, el pintor El Greco contrataba músicos para deleitarse mientras comía, índice de la vida lujosa que llevaba. Han sido varias las hipótesis que se han propuesto sobre qué música pudo escuchar. Aquí se pone en relación con el testimonio del dramaturgo Tirso de Molina sobre la interpretación de música de Juan Blas de Castro o Álvaro de los Ríos en las mansiones toledanas.
Palabras clave
música doméstica , banquete con música , Juan Blas de Castro (compositor y cantor) , Álvaro de los Ríos (compositor y cantor) , Diego Ortiz (compositor) , El Greco / Domenico Theotokopoulos (pintor)
Desde 1577 y hasta su muerte en 1614 Domenicos Theotokopulos, conocido como El Greco, vivió en Toledo, la mayor parte del tiempo en unas estancias alquiladas en las casas del Marqués de Villena, cerca de lo que actualmente es el museo Casa del Greco (jardines del Paseo del Tránsito); al menos entre 1585 y 1590, y desde 1604 hasta su muerte. Una cita un tanto tardía (pero aceptada como verosímil), recogida por el pintor Jusepe Martínez (1601-1682) en su tratado de pintura, señala que “ganó muchos ducados, mas los gastaba en demasiada ostentación de su casa, hasta tener músicos asalariados para cuando comía gozar de toda delicia”. Un pintor de historia, minucioso y sensible como Ulpiano Checa (1860-1916), probablemente molesto de que el gran artista utilizara el bello arte de la música para acompañar una actividad tan poco espiritual como la comida (y desconociendo los usos antiguos), trasladó en su Le Fou Greco (1896) los músicos a una tribuna del estudio en que pintaba El entierro del Conde de Orgaz. Lo mismo haría, casi un siglo después (1974), el novelista Manuel Mujica Láinez (1910-1984) en El laberinto: "Alguna vez hasta trajo músicos y las cosas anduvieron mejor" en aquel taller en que posaban los nobles toledanos.
Otra perspectiva fue la del escritor Maurice Barrès (1862-1923), uno de los responsables de la revalorización contemporánea del pintor; comentando el pasaje de Jusepe Martínez, escribía en 1912: "¿Qué música gustaba de escuchar el Greco? ¿Una música de color y de espíritu árabes? ¿Acaso otra, de un arte enérgico y altivo, que he creído presentir una noche, en las tinieblas del monasterio de Montserrat, escuchando unas voces que alternaban?" y él mismo se contestaba hipotéticamente: "Pero yo imagino que el nervioso artista, de una elegancia un poco levantina, que fue el Greco, sentía particular inclinación por las coplas secas y tristes que brotaban de un suelo pedregoso al rasguear una guitarra. Caída la tarde, la escuchaba de labios de mendigos y de aguadores, cuando atravesaba el puente de san Martín para dirigirse a los cigarrales". La fantasía literaria de Barrès se proyectó sobre el texto de Jusepe Martínez hacia la copla popular de aroma orientalizante, tal y como él imaginaba al pintor (popular y oriental).
Música callejera, música de cámara, música de amueblamiento para acompañar banquetes o sesiones de posado... Dejando de lado paralelismos estéticos con el imaginario misticismo de Tomás Luis de Victoria, ¿qué música gustaría de escuchar el artista griego? Si a la cita de Martínez sumamos la presencia de instrumentos en los conciertos angélicos que pintó el Greco, vemos el protagonismo de vihuelas de arco, laúdes, espinetas o flautas de pico. Este conjunto cortesano y la variada y naturalista representación de las violas o vihuelas de arco ha llevado a imaginar a un Greco cuando menos conocedor de la música del Tratado de glosas sobre cláusulas y otros géneros de puntos en la música de violones (1553). "El Greco bien pudo escuchar los violones de su coetáneo Diego Ortiz y trasladar uno de ellos a este lienzo", escribieron Federico Sopeña y Antonio Gallego a propósito de La Anunciación del Museo del Prado. No es imposible, pero el Tratado (una obra didáctica, por otra parte) había aparecido en Roma un cuarto de siglo antes de que el Greco llegara a Toledo, y no hay constancia de que en esta ciudad perviviera el recuerdo de la música y quizás ni de la persona de Ortiz, pues hasta lo que sabemos, desarrolló toda su carrera en Nápoles.
Tal vez el Greco estuviera más al día en sus preferencias musicales y la música de Juan Blas de Castro o de Álvaro de los Ríos pudieran ser más apropiadas como ambientación de sus banquetes. En una fecha no muy posterior a la muerte del Greco, Tirso de Molina describe, con conocimiento de causa, la presencia de la música de los cantores y músicos de cámara de Felipe III y Margarita de Austria en la representación de El vergonzoso en palacio en el cigarral de Buenavista toledano: "Salieron, pues, a cantar seis con diversidad de instrumentos: cuatro músicos y dos mugeres. No pongo aquí –ni lo haré en las demás– las letras, bayles y entremeses, por no dar fastidioso cuerpo a este libro ni quebrar el hilo al gusto de los que le tuvieren en ir leyendo sucesivamente sus comedias. Baste para saber que fueron excelentes, el dar por autores a Juan Blas, único en esta materia; a Álvaro, si no primero, tampoco segundo, y al licenciado Pedro Gonçález". La obra de los Cigarrales de Toledo fue escrita en buena parte en el convento mercedario de Santa Catalina de esta ciudad y terminada antes de 1621 (fecha de aprobación de la impresión), con lo que los acontecimientos narrados serían unos años anteriores, quizás los finales de la vida del pintor.
¿Por qué traer música desde Nápoles o Roma, cuando era más fácil hacerla subir desde aquellos cigarrales junto al "nunca suficientemente alabado Tajo" hasta los aposentos del actual Paseo del Tránsito?