Ceremonia de las doncellas cantaderas en León (1595)
Ruiz Jiménez,
Juan
Real Academia de Bellas Artes de Granada
0000-0001-8347-0988
Resumen
En este artículo analizamos los elementos sensoriales de un importante ritual que se celebraba anualmente en la ciudad de León, la ceremonia de las doncellas cantaderas, cuyo origen se remontaba a la Batalla de Clavijo (884) y que fray Anastasio de Lobera, monje cisterciense, nos describe con todo lujo de detalle en la formulación que tenía en 1595, fecha en la que fue testigo presencial de ella.
Palabras clave
fiesta de Nuestra Señora de la Asunción , misa , vísperas , procesión , danzas , danza de mujeres , bailes populares , salve , motete , villancico , dispositivos pirotécnicos , luminarias , juegos ecuestres , representación teatral , ofrenda , Anastasio de Lobera (cistesciense) , cabildo de la catedral , atambores / tambores , tañedor de salterio , organista , ministriles , caballos , cabildo de la ciudad , bueyes , confradía de Santiago de los Caballeros , Diego de Bruceña (compositor, maestro de capilla) , cantaderas
Fray Anastasio de Lobera, en el capítulo XI de su Historia de las grandezas de la muy antigua e insigne ciudad de León, impresa en 1596, nos da pormenorizada cuenta de los orígenes y ejecución de un importante ritual que se celebraba anualmente en León: la ceremonia de las doncellas cantaderas.
Nos dice Lobera, que su “regocijada fiesta es célebre y de grande honra y autoridad para todo el reino de Léon y Castilla la Vieja, por representar en ella el triunfo y victoria que los naturales destas tierras alcanzaron de los moros en la Batalla de Clavijo [23/05/844]… mediante la cual quedaron descargados del pesado e infernal tributo de las cien doncellas, tan ignominioso y feo para su autoridad”.
La fiesta tenía lugar el 15 de agosto, festividad de la Asunción. Lobera fue testigo de esta celebración en 1595, refiriéndonos que lo que nos traslada es “solamente lo que yo vi”. Los festejos comenzaban la jornada previa, sacando la catedral “para las vísperas de aquel día el oro, plata, brocado, ornamentos, tapicerías y otras riquezas… con lo cual se adornan ella y sus ministros”. Las vísperas se celebraban en la catedral “con grandísima solemnidad, procurando la música (que de ordinario es de lo mejor de España) señalarse en este día y ocasión”. Se implicaban directamente en los festejos las cuatro principales iglesias de la ciudad: San Marcelo, San Martín, Nuestra Señora del Mercado y Santa Ana. Cada una de ellas estaba obligada a sacar “una danza de niñas”, las cuales eran escogidas por los mayordomos de estas iglesias, “de hasta diez o doce años de edad, las más graciosas que hallan y más diestras en danzar y bailar”. Se establecía una competencia entre las distintas parroquias por ataviar a las niñas con las mejores y más ricas telas y joyas. Cada grupo salía de su iglesia acompañadas de “la gente principal de la parroquia, llevándolas en medio los rectores, curas y mayordomos que van con sus varas en las manos”. Cada una de las danzas llevaba delante dos ciriales, “muy enramados”, con su velas para ofrecerlas a la Virgen. Abriendo la comitiva: “Dos atambores antiguos de guerra, tan grande cada uno como una rueda de carro, aunque su forma es ochavada. Tiene cada atambor dos aldabones a los lados por donde lo llevan asido dos hombres. Sacúdenles con varas gruesas, tan recio que hacen mucho mayor estruendo que los atambores de guerra que en este tiempo se usan. Tiénese por tradición que son los mismos que ganó en Clavijo el rey don Ramiro. A lo menos la madera, porque los pergaminos se renuevan cuando es necesario”.
De esta manera entraban los representantes de cada parroquia en la catedral, dirigiéndose a la capilla mayor, mientras que las niñas iban danzando, encabezando la comitiva el cortejo de la iglesia de San Marcial:
“Y aunque es verdad que aquella entrada, con tanto ruido y estruendo, interrumpe la música y solemnidad de los oficios divinos, es tanto lo que se mueve y enternece el corazón cristiano y pío, considerando lo que significa y encierra en sí esta alegre memoria de la libertad de las tristes doncellas, significada en las alegres niñas, que no hay cabeza tan seca que no de agua a los ojos para ayudar con lágrimas a celebrar la memoria del triunfo de aquel mal antiguo”.
Una vez hecha la reverencia y interrumpido el sonido de los tambores, las doncellas de cada una de las parroquias: “danzan y bailan al son de un salterio en medio del coro, con extremada gracia y destreza”. Tras danzar un rato, por el orden establecido, pasaban al altar mayor, al lado en el que se encontraba el obispo sentado en su sitial, vestido de pontifical. Tras besar las manos del prelado y recibida su bendición: “bailan de dos en dos por su orden, en la grada superior [del altar mayor]. Hecho esto (por diversa puerta de la que entraron) se van saliendo del coro las doncellitas de cada parroquia de por sí. Con esta solemnidad de bailes y danzas que por toda la iglesia se van haciendo se entretiene aquella tarde”.
Al llegar la puesta del sol, fuera de la iglesia, delante de la Virgen Blanca, se cantaba la antífona Salve regina, en presencia del obispo, el cabildo, numerosos miembros del clero secular y regular, el regimiento, la caballería y gente de toda la ciudad y la comarca: “la Salve se dice con grandísima solemnidad, porque ultra del órgano, menestriles y voces, se cantan motetes y villancicos en alabanza a la Virgen”. Anochecido, todo el concurso de gente se dirigía a la plaza de Regla, donde el administrador de la catedral había dispuesto “invenciones de fuego, castillos, sierpes, galeras y otras cosas semejantes, con que se regocija y entretiene la fiesta. En todas la ventanas y corredores de las torres se habían dispuesto luminarias y en la plaza hogueras, “tocando de rato en rato los ministriles y trompetas, y con ocupar esto la mayor parte de la noche, al amanecer dan los menistriles la alborada, desde una de las torres de la iglesia [= catedral].
A la salida del sol, el día de la Asunción, llegaba a la puerta de la catedral el corregidor de la ciudad con la “caballería” y los animales muy bien enjaezados, portando uno de ellos el estandarte en nombre del rey. Oyen misa en el mismo lugar en el que se había cantado la salve la tarde anterior: “celébrase con toda la música de la iglesia”. Acabada esta se subían en sus caballos y realizaban diversos juegos ecuestres para entretener a la ciudadanía.
En el interior de la catedral, y antes de empezar la misa mayor, tenía lugar una procesión por las naves y el claustro, en la que todos los capitulares iban con sus capas de brocado y seda. Al mismo tiempo que salía la procesión, entraban las doncellas con el mismo vestuario, orden y acompañamiento con que lo habían hecho en la jornada precedente: “y como bien instruidas (sin mezclarse unas con otras, ni causar disturbio) van danzando con singular gracia y donaire por toda la procesión, causando en los presentes el mismo sentimiento y ternura que en las vísperas de la vigilia”. Cuando la procesión ya había dado la vuelta al claustro y antes de llegar a la puerta de Nuestra Señora del Dado, las doncellas cantaderas de la parroquia de San Marcial, por costumbre antigua, ofrecían al obispo un canastillo de peras y otro de ciruelas. La procesión continuaba hasta el coro, acompañada de un nutrido concurso de gente, iniciándose la celebración de la misa con toda solemnidad. Las segundas vísperas, ya el día de la Ascensión, se decían con las mismas ceremonias que en la vigilia, concurriendo a ellas también los distintos grupos de cantaderas.
Finalizada la misa, en la plaza, delante de Santa María la Blanca, se representaba una comedia y otra más a la mañana del día siguiente, con la asistencia del obispo, el cabildo, otros eclesiásticos, el corregidor, regimiento y todos los ciudadanos que querían acudir. Para estas representaciones se buscaba “el mejor autor que se halla en España”. La celebración ocasionaba un costo de trescientos ducados a las arcas de la catedral. Las comedias representadas debías ser “a lo divino o de historia correspondiente a lo que pide la ocasión”. En 1595, Lobera nos dice que se representó la victoria que el rey Ramiro I de Asturias tuvo sobre los musulmanes en la Batalla de Clavijo.
La ciudad, por su voto particular, había instituido la cofradía de Santiago de los Caballeros, que celebraba esta fiesta y la de Santiago. Sacaba una procesión con el pendón, “sus imágenes” y las armas reales, en el caso de la festividad de la Asunción se decía misa cantada en la catedral. Los dos días siguientes se corrían toros y se jugaban cañas. El rey Felipe II había señalado trescientos ducados anuales para que esta celebración no decayese.
El día 17 de agosto, a las diez de la mañana, la doncellas cantaderas volvían a la iglesia por última vez: “llevando delante un carro, que le tiran bueyes y en él un toro muerto. El carro va muy entoldado con doseles y ramilletes. Los cuernos de los bueyes llenos de roscas de pan y las mollidas aderezadas con ricos fruteros y toallas”. Detrás, las escoltaba el regimiento de la ciudad y toda la gente que se sumaba al cortejo: “en esta forma y con este aparato y autoridad entra el carro en la iglesia adelante, y dando vuelta a la capilla mayor, sale al claustro”. Tras transitarlo, cuando llegaban a la hornacina situada a la izquierda de la entrada a ese recinto claustral, en la que estaba el tímpano de la tumba del chantre Munio Pozardi († 1240), con la imagen esculpida de Nuestra Señora del Foro y Oferta de Regla, el regimiento y las niñas de la parroquia de San Marcial ofrecían el toro y un cestillo de panecillos pequeños (llamados “cotinos”) y otro de ciruelas y peras. Manifestaban que esa ofrenda la hacían por devoción y “por conservar la antigüedad y no por fuero”. La ofrenda la recibían el procurador y secretario del cabildo, que expresaban, a su vez, que la recibían “por fuero y no por devoción”. Concluido este acto, se retiraba el regimiento, acompañado de los bailes de las cantaderas, con lo que concluía la fiesta.
Tras la minuciosa descripción de lo que acontecía a lo largo de los tres días, Lobera, en el cap. XII, “Del origen que tuvieron esta doncellas cantaderas”, afirma que a pesar de las diligencias hechas no se ha podido averiguar “cuando comenzó este negocio y fue la primera vez que las doncellas de León salieron en público a celebrar tan dichoso triunfo [en la Batalla de Clavijo]. Él especula, siguiendo “la razón y buen discurso”, que tuvo que ser una que vez el rey Ramiro I regresó victorioso a la ciudad. En este capítulo nos precisa también:
“Delante de las doncellas cantaderas de la parroquia de San Marcial, iba danzando con grandes demostraciones de contento una mujer anciana, cubierta con tocas moriscas, y una rueda en la cabeza, a la manera de gitana. Preguntando qué mujer era y qué significaba no me supieron decir más de que aquella era la sotadera”.
Lobera preguntó sobre este personaje a Pedro de Canseco, arcediano de Saldaña, el cual le dijo:
“Que a su juicio, cuando los reyes moros enviaban por el tributo, enviaban juntamente, con los que venían a llevarlo, una mujer anciana, erudita en la lengua española, y que tuviese prudencia para consolar y animar por el camino a aquellas doncellas que irían tristes y desconsoladas, y con razón, pues no solamente dejaban su tierra, sus padres, hermanos y deudos, sino que iban a ser entregadas en manos de enemigos de su Dios, su ley, su salvación y honra, lo cual atestiguaba ser el hábito y tocado de la tal mujer morisco”.
Finalmente, precisa que el nombre de esta mujer debería ser “hotadera” y no “sotadera”, porque “hotar” o “ahotar y ahotas” son antiguos vocablos castellanos que significaban dar ánimo, brío o alentar. Así, ella las consolaría diciéndoles: “que iban a una tierra muy linda, muy fértil, a donde serían tratadas con mucho regalo, serían señoras y no esclavas, servidas, estimadas, reverenciadas y tenidas en mucho de todos”.
Como hemos visto, la minuciosa descripción de Lobera, testigo visual de esta ceremonia en 1595, está plagada de detalles y de referencias sensoriales y emocionales de gran interés. Esta fiesta sigue celebrándose en León, trasladada al domingo anterior al 5 de octubre, festividad de San Froilán (ver recurso).
En 1595, Diego de Bruceña desempeñaba el magisterio de capilla de la catedral leonesa, el cual debió ser el autor de algunas de las composiciones musicales que se interpretaron en estas ceremonias durante los años que estuvo al frente de la capilla musical catedralicia.